Una de las cosas que más me llamaron la atención al llegar a Londres fueron sus diarios gratuitos y, en especial, el vespertino London Evening Standard. Ya es tradición cogerlo de la mano del repartidor al entrar en el metro por la tarde.
Éste periódico local tiene alrededor de 70 páginas y podría fácilmente pasar por un diario de pago. De hecho, el medio fue fundado en 1827 y siempre fue de pago hasta que lo compró un ex espía ruso (Alexander Lebedev), que en el 2009 lo convirtió en gratuito.
No quiero entrar aquí en los vínculos del antiguo agente de la KGB ni en la muy mediática vida de su hijo Evgeny. Basta decir que los Lebedev, además del Standard, también son propietarios del diario de pago progresista The Independent y su hermano barato i (así se llama, cuesta 20 céntimos).
El Evening Standard, como digo, es un diario muy competente para no costar una libra. Se hace un buen repaso de la actualidad, cuenta con una muy respetable sección de opinión y publica reportajes de primera. Recientemente, por ejemplo, ha sido premiado por su investigación sobre los gangs de Londres (grupos violentos de jóvenes de zonas deprimidas).
Con esto quiero decir que el Standard no sólo sacaría los colores a nuestro 20 Minutos (a pesar del mucho respeto que le tengo al español) sino también a algún que otro medio de pago. Pero el Standard no es del todo comparable a las grandes cabeceras británicas. El gratuito londinense, además de buena información, también tiene un exceso de farándula del West End y todo tipo de noticias frívolas. Me entretiene en mi vuelta del trabajo a casa, pero no siempre me informa tanto como me gustaría.
A esa horas de la tarde, a menudo en mi cartera conviven The Guardian o The Daily Telegraph junto con el gratuito Standard. Pero curiosamente, en uno de los pocos momentos que tengo para leer prensa, me decanto por el Standard. Y puedo perfectamente terminar el día sin llegar a abrir los muy caros diarios ingleses (The Guardian cuesta £1,60 de lunes a viernes).
La razón es bien simple. A las 7 de la tarde, el vespertino Standard me cuenta noticias que han pasado ese mismo día. En cambio, el Guardian o el Telegraph hablan de las del anterior. Cuando salgo del trabajo quiero saber qué ha pasado durante las últimas ocho horas en las que he estado semidesconectado del mundo. Y resulta bastante ridículo ver como los diarios de referencia despiertan a la mañana siguiente con portadas que yo ya he leído la tarde anterior.
Obviamente, un diario es algo más que la última hora. El contexto, el análisis, los reportajes atemporales. Pero, no nos engañemos, un diario es sobre todo noticias. Si el principal motivo para comprar un periódico fuera el análisis, esa función la cumplen a la perfección revistas como The Economist, New Statesman o Private Eye. Ante todo, en un diario busco noticias y, si luego encuentro algo más, mejor que mejor.
A veces, la elección de un diario incluso puede depender de algo tan mundano como su tamaño (que sí importa). El Standard tiene un formato compacto (conocido como tabloide, como La Vanguardia), que más o menos se puede abrir en los apretados metros londinenses. El Guardian es cuatro dedos más alto (formato Berliner, como El País), lo que ya hace más difícil abrirlo si se va de pie y hay algo de gente en el vagón. El Telegraph tiene un tamaño sábana que es exactamente dos veces el del Standard. Si nos imaginamos leyendo un diario que es dos veces como La Vanguardia, es fácil darse cuenta que definitivamente el Telegraph no es un diario de transporte público y tampoco de mesa pequeña. Por lo que a veces leer el Telegraph puede ser un tedio.
¿A quién van dirigidos los diarios? Sin entrar en los contenidos, sólo por la hora de publicación y su formato ya podemos intuir el público al que pretenden llegar. ¿Quién puede comprar un diario que cuesta casi dos euros cada día y leerlo tranquilamente por la mañana? El parado tiene el tiempo pero no el dinero. Un trabajador puede tener el dinero pero hasta por la tarde no tendrá el tiempo. Así que parece razonable pensar que sólo personas con altos cargos e influyentes disponen del tiempo y dinero que requieren esas cabeceras. El Telegraph tiene que ir necesariamente dirigido a personas muy importantes, con mesas muy amplias donde quepan esas hojas con tamaño de sábana.
El papel no está muerto, pero sí oxidado. Si un periódico quiere vender, tiene que ser popular de arriba abajo. Y las clases populares trabajan durante el día y sólo pueden leer por la tarde o la noche. A esas horas, un diario matutino es demasiado viejo como para pagar por él casi dos euros. Y a falta de vespertino, mejor consultar las noticias por internet.