El biólogo Craig Venter, que trabajó en la secuenciación del genoma humano y fundó la empresa Celera Corporation, logró el mes pasado fabricar artificialmente un ADN que sustituyó con éxito por el original de una célula. Diarios generalistas de referencia como El Mundo o El País emplearon el término “célula sintética” o incluso “vida artificial” para referirse al hallazgo. Sin embargo, esa denominación es, como poco, discutible. Los investigadores utilizaron un envoltorio –citoplasma- natural, y por tanto no toda la célula era exactamente sintética. De hecho, lo único que podría llamarse sintético con rigor es el ADN fabricado por el equipo de Venter.
El primero en acuñar el término “célula sintética” al descubrimiento fue el propio Craig Venter y su equipo, en el artículo original publicado en Science. Los investigadores justifican la expresión argumentando que, aunque utilizan un citoplasma no sintético, las células que resultan después de la división celular son equivalentes a los de una división de una hipotética célula completamente sintética. El ADN introducido contiene algunas variaciones respecto al de la célula original, y las células surgidas tras la división replican estas variaciones.
Ilustración de una célula procariota / Fuente: Wikipedia
Sin embargo, con los conocimientos actuales, es imposible producir una célula completamente sintética. Según Eva Yus, investigadora de biología sintética en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona, por el momento sólo podría fabricarse un envoltorio de funciones muy básicas, lejos de la complejidad que requiere el citoplasma de una célula. Por ejemplo, este citoplasma básico no permitiría la división celular, que se considera casi inseparable de la definición de vida.
"Lo que Venter ha hecho es como lo que hace un virus, solo tiene DNA y aprovecha la maquinaria de otra célula para copiarse y multiplicarse", argumenta Yus. De hecho, ya en 2002 logró fabricarse sintéticamente un ADN de un virus y sustituirlo por el ADN original del virus en cuestión, tal y como recuerda la revista Science en un análisis del experimento de Venter. La diferencia radica, primero, en la complejidad del ADN construido. Después, Venter fue un paso más allá introduciendo el ADN sintético de un tipo de célula (M. mycoides capri) en el envoltorio natural de una célula de distinto tipo (la M. capricolum capricolum). La célula receptora, al dividirse, acabó comportándose como si fuera la otra, la M. mycoides capri. En el ADN, además, se habían introducido de forma codificada algunos nombres, mails y frases.
Al conseguir esto, el equipo de Venter ya especula sobre la posibilidad de producir más variaciones en el ADN, con el fin de fabricar células que se comporten al antojo del científico. Podrían utilizarse como máquinas para aplicaciones específicas. Sin embargo, no será tarea sencilla. Como recuerda Yus, un requisito imprescindible para que funcione el mecanismo de Venter es que el genoma intruso sea muy parecido al ADN de la célula receptora. Si no, no funcionaría; el ADN no sería leído ni copiado. Es decir, que lo conseguido por el equipo de Craig Venter queda lejos de considerarse una célula construida a la carta, sintética, y, por tanto, de ningún modo puede hablarse de vida sintética o artificial.