Posverdad: el periodismo mató la verdad

'Post-truth' (posverdad) es la palabra del 2016 en el mundo angloparlante, según el diccionario Oxford. Designa una época donde el concepto de verdad ha perdido importancia o incluso es irrelevante. No es un término nuevo, pero la novedad es que ahora nos estamos adentrando en esa época oscura.
Como periodista es algo que me preocupa hondamente. Una de las máximas periodísticas es "contar la verdad", ¿pero qué importancia tiene eso en la era de la posverdad? ¿cuál es el papel del periodismo en una época donde lo veraz es secundario?
En realidad, creo que el problema es no es tanto de verdades como de confianzas. Las encuestas (y las tertulias del día a día) señalan que existe una desconfianza generalizada hacia los políticos y los periodistas. Desconfiamos de nuestros representantes y de los que auditan a esos representantes. La combinación de ambas nos deja en una situación muy delicada.
Las razones para desconfiar de los políticos son evidentes y hasta naturales. ¿Pero por qué desconfiar de los periodistas? Resumiendo mucho, creo que se debe principalmente a: el concepto de línea editorial, los intereses cruzados con el poder y ejercer mal su papel de auditores (¿dónde estaban cuando los bancos vendían preferentes?).

¿Quién dice la verdad?

El concepto de línea editorial es curioso. Quiere decir que, ante una misma noticia, dos diarios pueden presentar dos interpretaciones casi opuestas. De tal modo que la opinión, la interpretación, puede llegar a confundirse con el hecho y parecer que los acontecimientos han sido distintos (algo imposible). Alguien puede entonces hacerse la pregunta, ¿a quién creo? ¿qué medio dice la verdad?
Eso es tremendo. Porque tener que decidir quién dice la verdad es reconocer que alguien miente. ¿Y cómo saber quién miente en temas muy complejos o difíciles de comprobar? Y si hoy miente uno, mañana puede mentir el otro. Así que, por extensión, todos mienten. Y aunque no mientan siempre, ¿cómo saber cuándo lo hacen? El resultado es inevitablemente la desconfianza.

El ciudadano asume que un hecho es verdadero porque el periodista o el medio le dice que es así. El ciudadano no tiene las herramientas para verificarlo por sí mismo. Por tanto, la verdad está basada en un contrato de confianza, entre el ciudadano y el periodista. Pero al haberse perdido la confianza, el pacto está roto y la verdad muere.

La intuición en la era de la posverdad

La naturaleza tiene un remedio para situaciones confusas como éstas. Cuando la verdad no está clara, recurrimos a una herramienta básica: nuestra intuición, nuestro instinto. No es algo que deba menospreciarse, la intuición es muy poderosa y fundamental para la supervivencia. El problema es cuando todas las decisiones políticas se toman en base a ella.
Donald Trump o Nigel Farage pueden mentir, pero a pesar de ello su votante intuye que lo que defienden es cierto. Y aunque un periodista diga que es mentira, ¿cómo sé que éste tampoco manipula datos o los usa a su favor? Es puramente una cuestión de confianza. Así que en un mundo de desconfianzas, lo que importan ya no son los hechos sino que las ideas que hay detrás se perciban como ciertas. Se defiende la verdad intuitiva a través de lo que haga falta, incluso de la mentira objetiva.
Y entre un medio de comunicación y un contacto de mi redes sociales, ¿en quién confiar antes? Si tuviera dudas sobre algún punto, puedo entablar un debate con mi contacto. En cambio, los periodistas raramente dan explicaciones si alguien les cuestiona (hay excepciones, por suerte). Así que parece más natural confiar en lo que encuentro en Facebook o Twitter a través de un conocido que lo que me presenta un periodista desconocido.

Miedo a la verdad

Es un terreno peligroso. Pero tampoco seamos hipócritas: no sólo es cosa de una clase ignorante, es un problema de todos. También los periodistas tenemos una relación difícil con la verdad. A todos nos da miedo la verdad, en mayor o menor medida. Al final, la mayoría nos rodeamos de personas afines a nuestra ideología y consumimos información más o menos próxima a nuestra manera de pensar. ¿Y quién no ha hecho un retweet o ha dado a like a una noticia sin leerla completamente, sólo porque el titular y subtítulo de algún modo corroboran nuestras creencias?
Al final, el tiempo demostrará a los votantes de la posverdad si sus intuiciones han sido o no acertadas. Si han fallado, se replantearán sus apoyos y sus creencias. Aprenderán y construirán nuevas verdades a base de prueba y error. ¿Pero a qué acogerse después? ¿en quién confiarán cuando se sientan defraudados otra vez?
Los periodistas debemos ser capaces de recuperar esa confianza. Si no lo hacemos, nuestro rol en la sociedad será irrelevante y terminaremos por desaparecer. No tratemos con desprecio a los desconfiados. No es ignorancia, es supervivencia. Y antes de reclamar al resto de ciudadanos su adhesión incondicional a la verdad objetiva, nosotros primero deberíamos aplicarnos ese principio y buscarla siempre sin miedo ni prejuicios.

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