Cooperativas, del romanticismo a la realidad

Las cooperativas suelen relacionarse con proyectos utópicos de escaso criterio económico. Sin embargo, han demostrado ser soluciones empresariales válidas adaptadas a los nuevos tiempos

Sergio Uceda – Barcelona. 15 de marzo de 2011

Como consecuencia de la crisis, Elisabeth Dellmuth se quedó hace un año en el paro tras casi tres décadas trabajando en la empresa privada como diseñadora de moda. “Tengo un currículum bestial y he hecho de todo, pero cuesta encontrar trabajo”. Su hermana y otras dos amigas pasaban por una situación parecida y decidieron entonces que debían hacer algo juntas. Crear una empresa, porque, según Elisabeth “cuando hay crisis te tienes que buscar la vida, mirar de salir adelante como sea. No puedes esperar en casa”. Un conocido, Enric Pina, con una larga experiencia en movimientos sociales, les sugirió entonces que podía ser una empresa en forma de cooperativa. “Si fuera una sociedad limitada tendría que haber un amo, alguien por encima”, explica convencida Elisabeth, que en un principio no pensó en esta posibilidad, “en una cooperativa trabajamos todos por una misma causa y además trabajamos para nosotros mismos”.

Así es como nació Diégesis, una empresa de seis personas que aún está en fase de desarrollo. “El proyecto ha ido cambiando, es diferente de cuando Elisabeth o yo lo pensábamos inicialmente”, explica Pina, que ahora es el gerente de esta nueva empresa. Dicen que en un principio se dedicarán a cursos de reinserción laboral, pero a lo que ellos verdaderamente aspiran es a la gestión de centros de carácter sociocultural. De momento, lo están intentando en el Centro Cívico de Santa Coloma de Gramenet. Todo se debate y decide entre los socios. El diálogo entre ellos es constante. La ley de Cooperativas obliga a al menos una asamblea anual, pero esta exigencia mínima está pensada para empresas de mayor tamaño. “Tenemos un grupo de trabajo en Internet y todos comentamos continuamente”, explica Pina, para el que la comunicación es inseparable del carácter de una cooperativa. “Si quieres ser un trabajador con capacidad de opinar y hablar, tienes que ser cooperativista”.

Elisabeth explica que en los primeros meses no esperan cobrar ni incorporar más personas a la empresa, “a lo que aspiramos inicialmente es a poder arrancar y tener cosas que hacer”. Dicen que hay más personas que se han interesado por unirse al proyecto, pero de momento son cautelosos. “Primero queremos que el núcleo sea fuerte. El que se queda es el que penca, tiene interés y es responsable”, dice Pina mientras Dellmuth asiente. Una característica de las cooperativas es la formación de los socios, que deben saber y, si no, aprender –con unos fondos específicos destinados a ello- cómo funciona una cooperativa o la tarea específica que van a desarrollar. Se ha de estar formado para ser cooperativista. “Si en la asamblea vas a votar igual que yo, entérate de lo que va. Si no, no me tomes el pelo”, exclama Pina.

El socio de la cooperativa es copropietario de la empresa junto con el resto de socios. Al entrar una persona como socio cooperativista, debe aportar un capital inicial (dinero o bienes a disposición de la empresa) y éste no puede ser inferior a los 3000 euros. Sin embargo, los sueldos no dependen del capital que cada persona haya aportado, sino de lo que contribuyan a la empresa con su trabajo. Además, en la asamblea –que es donde se toman las decisiones más importantes-, todos los socios tienen el mismo poder independientemente de su trabajo o dinero aportado. El principio de una persona, un voto.

Para Joseba Polanco, presidente de la Confederación de Cooperativas de Catalunya, ése es precisamente el denominador común de toda cooperativa, su gestión democrática. Que el voto no dependa del capital o el trabajo realizado. Reconoce que hay empresas mercantiles “en la que los trabajadores tienen un nivel de participación importante” y cooperativas en las que “este esquema se diluye mucho”. Pero en cualquier caso, para Polanco, en una cooperativa “son mayores las posibilidades para una gestión mucho más transversal y participativa”. Para el presidente de la Confederación, en una empresa convencional, la última decisión siempre estará en manos del propietario, que decide sobre su capital con el propósito de conservarlo o aumentarlo, y el resto de factores serían instrumentales. “Si hay una deslocalización, la van a hacer con independencia de los trabajadores”. Algo que sería casi imposible que sucediera en una cooperativa, “donde el capital es un instrumento al servicio de las personas que dirigen y participan en la empresa”. Por eso, durante la crisis, lo último es la pérdida del puesto de trabajo, a cambio de severos ajustes salariales, de jornadas variables, vacaciones variables, etc. En todo caso, Polanco cree que si la sociedad considera que la democracia es un elemento fundamental, “trasladar la democracia a la economía debiera ser también un valor a desarrollar”.

En cambio, para Joaquim Castañer, profesor asociado de Derecho Mercantil de la Universitat Pompeu Fabra, no está tan claro que la democracia sea necesariamente buena para la empresa, aunque así sea para la política. “Mucha gente quiere participar en una empresa para ganar dinero”. Si el empresario no busca asegurarse un puesto de trabajo sino enriquecerse, éste preferirá probablemente tener controlada la empresa en la que ha invertido. “Si cada socio tiene un voto, tú no controlas nada”. En una sociedad convencional es suficiente hacerse con el 51% del capital para tener su control. No así en la cooperativa. Sería entonces ésta el modelo adecuado de empresa para aquellas personas que buscan principalmente “satisfacer sus necesidades y aspiraciones económicas y sociales”, tal y como establece el artículo 1 de la Ley estatal de cooperativas. Es decir para aquellas personas que por diversas circunstancias quieren, por ejemplo, dotarse de un medio de trabajo sin una pretensión exacerbada de lucro.

De hecho, una definición esencial de cooperativa sería, según Castañer, la que dice que la participación de los socios en la gestión de la empresa y en su propiedad lo que hace es “eliminar el intermediario”. Mientras que en una empresa convencional el amo contrata a unos trabajadores -que se pueden considerar como intermediarios de una actividad-, en la cooperativa son los propios propietarios –es decir, sus socios- los que directamente hacen este trabajo o servicio. Esto provoca que si una empresa convencional entra en pérdidas, el propietario no pueda cobrar beneficios pero sí debe en cambio pagar igualmente los sueldos de sus empleados, ya que ha contraído una deuda con ellos. Contrariamente, si una empresa cooperativa está en pérdidas, los socios no podrán entonces cobrar el sueldo. Porque ellos son los propietarios y los que están asumiendo en este caso la responsabilidad de la empresa. De hecho, en la jerga cooperativista no se habla de “sueldos” sino de “anticipos laborales”. Un adelanto de los beneficios que cobraría el socio al final del ciclo anual de la empresa. Los sueldos, por cierto, no son en general superiores a los que se cobrarían en un puesto similar de una empresa no cooperativa.

Además del hecho de que los beneficios no se repartan según lo que ha invertido cada socio en la empresa, para Castañer hay otro elemento que penaliza a las cooperativas sobre las empresas convencionales. Es la creación de unos fondos de reserva que después no pueden recuperarse. Una empresa cooperativa no distribuye todos sus beneficios entre sus socios, sino que una parte se destina a la formación y otra se reserva para asegurar la estabilidad económica de la empresa. Sólo se utilizarían si la empresa pasara por problemas económicos transitorios. Pero si todo va bien, los socios no cobran nada. Y si la cooperativa tiene que cerrar, ese fondo de reserva no lo recuperarán–“como pasaría en una empresa convencional”, indica Castañer-, sino que por ley debe distribuirse entre otras entidades del sector cooperativista. Esto desincentiva a algunos emprendedores a la hora de decidir crear una cooperativa.

Otro problema con el que suelen encontrarse las personas que quieren crear una cooperativa –o que quieren consolidar la que ya tienen- es su financiación. “Hay una cierta desconfianza hacia el mundo cooperativo desde las entidades financieras”, indica el profesor de la Pompeu Fabra. “Desde siempre han mantenido en su filosofía un componente solidario que yo creo que no gusta mucho”. Señala que es relativamente habitual que una persona conozca cómo funciona una sociedad limitada, pero no así una cooperativa. Una sociedad gestionada por sus propios socios puede dar pie a pensar que se rige por razones políticas o ideológicas. “Se relacionan a menudo con estructuras socialistas o comunistas, pero no tiene ningún sentido”. Al cooperativismo le está costando deshacerse de este prejuicio, opina Castañer. Cree que sólo habría que ver algún directivo de algunas cooperativas para demostrar que el componente ideológico que hay de fondo no está reñido con que la empresa se rija por principios económicos.

“Aunque es costoso, Abacus ha abierto tiendas cada año”, explica Quim Sicília, jefe de participación de Abacus Cooperativa. Nacida en pleno mayo de 1968, se creó por la voluntad de un grupo de maestros que querían conseguir material escolar en mejores condiciones. Se unieron para comprar más cantidad a precios más bajos, que es para lo que se forman las cooperativas llamadas de consumo. Un grupo de personas que se juntan en forma de cooperativa para comprar en grandes cantidades, y con esta unión obtener unos beneficios a cambio, “el retorno cooperativista”. En un inicio, los maestros contrataron por los cauces convencionales a las personas que se encargaban de estas compras. Después la estructura de cooperativa, que sólo afectaba en un inicio a los maestros -los consumidores-, se extendió también a los empleados, por lo que pasó a ser también cooperativa de trabajo, aunque sigue definiéndose principalmente como de consumo. “Hoy en día sería muy difícil crear una cooperativa como Abacus”, señala Sicília, que cree el contexto social y económico del momento fue clave en la creación de la empresa, que cuenta hoy con 37 establecimientos. “Las cooperativas consolidadas tienen todas entre 25 y 40 años”.

Con 700.000 socios, Abacus es una de las mayores cooperativas de consumo de Cataluña. Pero el jefe de participación reconoce que en realidad es muy bajo el porcentaje de personas que se hacen socias consumidoras por la ideología cooperativista. De hecho, el número de los que participan de algún modo en la gestión se reduce hasta los 500. Desde la empresa dividen a los socios en tres categorías: los que simplemente tienen el carnet –que se obtiene rellenando un formulario y pagando 10€ una sola vez-, los que participan en actividades que organizan las tiendas –por ejemplo, conferencias- y los que acuden a las asambleas. Por un lado, están las “asambleas preparatorias” donde puede ir cualquier socio. Por otro, la importante, la asamblea general, que está limitada a una representación de estos: 100 delegados que representan a los trabajadores y 150 a los consumidores. “Es como el Barça. Nosotros, con 700.000 socios no podemos hacer una asamblea general invitándolos a todos”. Cualquiera puede presentarse como candidato a delegado, pero Sicilia reconoce que la empresa hace un trabajo de campo importante para encontrar a personas de los movimientos sociales que quieran ser delegados. “La filosofía cooperativista no cambia si eres grande o pequeño, pero las prácticas se van adaptando a las dimensiones”.

Dentro de la estructura de la cooperativa, los intereses de los socios trabajadores pueden defenderse a través del Consejo Social, que es un órgano que tiene voz pero no voto. El jefe de participación de Abacus reconoce que debido a la crisis, aunque no se ha despedido a nadie, se están tomando medidas que no siempre son del agrado de los trabajadores. “A nadie le gusta trabajar más y cobrar menos”. Además, al ser una cooperativa, en alguna ocasión puede que tenga que posponerse alguna paga.

En Abacus se intenta que los empleados contratados –con la excepción de los temporales- en el tercer año se conviertan en socios. Deberán entonces entregar a la cooperativa un capital inicial de varios miles de euros, que podrán pagar a plazos. Si abandonan la empresa, lo podrán recuperar en un par de años. En caso de que el empleado no quiera convertirse en socio cooperativista, Sicília explica que lo ponen difícil, “o pasan a ser socios o no hay espacio”. La ley establece en un 30% el porcentaje máximo de empleados contratados que puede haber en una cooperativa.

“La cooperativa es una empresa que debe distanciarse de la idea romántica que había en el s.XIX: tiene que actualizarse y funcionar con criterios económicos actuales”, defiende Victoria Pérez San Juan, que desde el cambio de Govern en la Generalitat es la nueva jefa del Área de Economía Cooperativa del Departament d’Ocupació. Se dan por hecho los valores especiales de la forma cooperativa, pero por ello Pérez dice poner fundamentalmente el acento en su dimensión como empresa. Cataluña es, de hecho, con 4.000 cooperativas activas, la segunda comunidad autónoma con más empresas de este tipo –después de Anducía-. Además, las cooperativas suponen un 10% de las empresas en Europa y constituyen un 8% de los puestos de trabajo.

La jefa de Área Cooperativa destaca que el actual Govern está centrando sus políticas sobre todo en la financiación de las empresas, tanto cooperativas como convencionales. En el caso de las cooperativas, existen subvenciones para la creación de nuevas empresas y la consolidación de las existentes. También, por ejemplo, ayudas para el nuevo socio que debe desembolsar un capital inicial en su incorporación a la cooperativa. En relación a la regulación, hay una tradicional reivindicación del sector cooperativista, que reclama poder crear una empresa con sólo dos socios –y no tres, como establece como mínimo la ley catalana de cooperativas-. Desde la Generalitat no se descartan introducir estos cambios, pero ahora la prioridad es la financiación.

Aunque Pérez cree que tienen que ser igual de competitivas las cooperativas que el resto de empresas, acepta que sería positivo que el consumidor fuera consciente de sus valores. “Es un tema pendiente. No se ha sabido vender el producto correctamente”. Todo esto habría llevado al desconocimiento, o la desinformación, que existe desde las entidades financieras o las asesorías. Destaca también su poco peso en la universidad. Algo en lo que coincide el profesor de Derecho Mercantil, Joaquim Castañer, para el que el cooperativismo tiene muy poca presencia en las facultades: “[en el ámbito académico], en Cataluña estamos un poco renqueantes en comparación a otros sitios de España”.

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